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Monseñor Castagna: Restauración de la identidad debilitada
25.09.2020 10:28| El arzobispo emérito de Corrientes destacó la impronta de los valores cristianos, al alertar que cuando se pretenden introducir "elementos extraños a esta inspiración, sobreviene un malestar social".
“Nuestro pueblo ha sido evangelizado por la Iglesia Católica, especialmente desde sus ancestros españoles e italianos. La colonización, en sus orígenes, y las grandes inmigraciones, junto a otros países europeos de la misma confesión religiosa, han cultivado la fe católica mediante la Palabra y los sacramentos”, recordó el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna.
El prelado advirtió que “cuando ese cultivo se debilita, el pueblo se desinstala históricamente, a causa de una progresiva y perjudicial pérdida de identidad”. “Los valores que integran su fe religiosa se expresan en la cultura propia e inspiran su sistema educativo, su arte y su ordenamiento constitucional”, destacó.
Monseñor Castagna insistió en advertir que “cuando se pretende introducir algún elemento extraño a esa inspiración, sobreviene un malestar social que pone en peligro su armónica convivencia y el logro de su anhelada paz”.
Texto de la sugerencia
1.- Dos actitudes filiales opuestas. Existe un reproche en la palabra de Jesús dirigida a sus conciudadanos. Una tumultuosa historia de idas y vueltas, de conversión a Dios y de traiciones, jalona ese amado pueblo suyo. Nos recuerda un aforismo español, injustamente expulsado del actual acervo cultural: “Obras son amores y no buenas razones”. El planteo que hace el Señor a sus interlocutores reclama una respuesta obvia e inmediata. Se refiere a dos hijos: uno, negado a acatar la orden de su padre, que se arrepiente y la ejecuta; otro, que promete cumplirla y termina desestimándola. “¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre? El primero, le respondieron”. (Mateo 21, 31) Ante un mundo que discursea sobre la importancia de las obras, pero, que incumple lo prometido, conviene dejar al descubierto esta evangélica conclusión. Cristo, que es la Verdad, inspira a quienes sacrifican sus vidas por la verdad. San Juan Bautista - el Precursor - también prepara el camino, que el Mesías ha comenzado a transitar, muriendo en manos del impío Herodes por mantener su fidelidad a la verdad. Así ha ocurrido con los Santos Mártires Inocentes. La obediencia a la voluntad de Dios es el secreto que conduce a la verdad y dignifica la existencia humana.
2.- La fe en Dios y la obediencia a su voluntad. ¡Cuánto aun debemos recorrer y cuántos obstáculos nos lo impiden! Estamos siendo testigos de innumerables traiciones a la verdad y, por lo mismo, a Dios que - en Cristo - se revela como “la Verdad”. La fe en Dios, como cristianos, judíos o islámicos, incluye la obediencia a la voluntad divina. No basta profesar explícitamente que somos creyentes; nuestros pensamientos y comportamientos deben adecuarse a lo que Cristo menciona como “la voluntad del Padre”. En el atardecer de la vida seremos juzgados por las obras del amor. El discurso puede sonar como el del hijo de la parábola, que hace caso omiso a lo que promete. O como el que se niega a cumplir el mandato de su padre pero, oportunamente arrepentido, obedece. El reconocimiento y acatamiento de esta verdad exige una conveniente confrontación entre lo que hacemos y debemos hacer. Esta sociedad, aficionada a las encuestas, huye del autoexamen honesto. El secreto de su recuperación está precisamente en ejercitarse en sanas y humildes evaluaciones personales y socio políticas. La consecuencia de las mismas es el cambio, que se impone como necesario y urgente. La falta de humildad obstruye el paso al cambio mencionado porque le resta valor al humilde examen de la conciencia personal y colectiva.
3.- La conversión como camino al cambio. El segundo párrafo del texto evangélico, que hoy proclamamos, se constituye en una referencia clara del mensaje que el Señor dirige a las autoridades de su pueblo: “Les aseguro que los publicanos y prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios”. (Mateo 21, 31). Sus oyentes no parecen encontrarse en condiciones, intelectuales y espirituales, para digerir ese mensaje. De inmediato Jesús fundamenta su enseñanza: “En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él, en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él”. (Mateo 21, 32) Estos seres, socialmente despreciados, se arrepienten por haber vivido diciéndole no a Dios. Como respuesta a la palabra del Profeta, cambian - mediante la conversión - y se hacen dignos de llegar al Reino de Dios. De allí la preferencia de Jesús por los pecadores sensibles a su palabra: “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan”. (Lucas 5, 32) La conversión - o cambio - aquí comprendida, proviene de la obediencia a la palabra de Cristo. Es preciso, a partir de la humillación causada por el pecado, aprender la virtud de la humildad y aprovechar la gracia de la Palabra. Así lo hacen los verdaderamente grandes, quienes obedecen a las enseñanzas formuladas por Cristo - la Palabra - y deciden el cambio.
4.- Restauración de la identidad debilitada. Nuestro pueblo ha sido evangelizado por la Iglesia Católica, especialmente desde sus ancestros españoles e italianos. La colonización, en sus orígenes, y las grandes inmigraciones, junto a otros países europeos de la misma confesión religiosa, han cultivado la fe católica mediante la Palabra y los sacramentos. Cuando ese cultivo se debilita, el pueblo se desinstala históricamente, a causa de una progresiva y perjudicial pérdida de identidad. Los valores que integran su fe religiosa se expresan en la cultura propia e inspiran su sistema educativo, su arte y su ordenamiento constitucional. Cuando se pretende introducir algún elemento extraño a esa inspiración, sobreviene un malestar social que pone en peligro su armónica convivencia y el logro de su anhelada paz.